Es
verdad que los seres vivos del planeta Tierra hemos estado a lo largo de toda
la evolución expuestos a muy diversas radiaciones electromagnéticas terrestres,
solares o cósmicas pero no es menos cierto que los niveles de intensidad de
determinadas frecuencias se han visto multiplicados por cientos, miles o
millones de veces en lo que va de siglo.
Nuestro
espacio vital actual está repleto de ondas electromagnéticas de baja y alta
frecuencia de procedencia totalmente artificial. Entre las de baja frecuencia,
hallamos fuentes tan familiares como las líneas de alta tensión, los transformadores
eléctricos, electrodomésticos, maquinarias eléctricas y los equipos
informativos como los ordenadores de pantalla de tubo catódico. Y entre las ondas
de alta frecuencia, tenemos las emisoras de radio y de televisión, las redes de
telefonía móvil, controles de tráfico aéreo, satélites de telecomunicaciones,
bien meteorológicos, bien militares, etc.
En
suma un panorama que puede resultar abrumador si investigamos a fondo las
implicaciones sobre la salud física, mental e, incluso, emocional de la exposición
puntual o permanente a tales ondas electromagnéticas.
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